Aún recuerdo cuando la vi por primera vez…
Aún recuerdo cuando la vi por primera vez, estaba de visita en bodega Otazu, y, allí fue donde nos encontramos. Ella era simplemente perfecta, tenía los ojos achinados y el pelo rubio como el sol de ese día. Iba saltando entre nosotras, oliendo todos los colores del día, disfrutando como solo ella sabía hacer de nuestra esencia. Se acercó hasta donde estábamos y acarició nuestras hojas y olió nuestros frutos, dejando un rincón de su destino en cada una de nuestras ramas.
Dicen que cada una de nosotras elige a una persona para marcar un momento importante de su vida, y esa, fui yo.
Volvió varias veces y recorrió las instalaciones; la Iglesia de San Esteban, la torre Palomar, el Palacio, y, volvió hasta donde allí yo crecía.
No sabía que nuestros caminos se volverían a cruzar.
Llegó la cosecha y cada una de nosotras nos fuimos encontrando con nuestro destino, y yo, fui cumpliendo el mío, esperando a aquella personita que se había acercado a mí, esperando el momento en el que nos volviéramos a encontrar.
Seguramente no me reconocería, ni tampoco se acordaría de ese momento tan especial que marcó mi futuro, y de alguna forma el suyo, pero la naturaleza es caprichosa, y en bodega Otazu nada nunca es como parece.
Esta vez bajo de un coche negro, del brazo de su padre, recorrió las viñas hacia el precioso altar que estaba dispuesto para ella. Andaba despacio, en armonía con el ambiente, sonriendo a todos los que le rodeaban, y dedicando una sonrisa especial a la persona que le esperaba al final del camino.
Hubo lloros, risas, anhelos, deseos, pero sobretodo, se respiró felicidad. Y allí esperé mi dulce destino.
No todos los finales son amargos, existen algunos, como el mío, que tienen un sabor a barril, a tradición, a historia.Que tienen un sabor a boda Otazu.
Y así, espere a que mi destino se cumpliese vestido de blanco y vino, vestido de gala para la boda de ella, de mi destino.
Alzó la copa y brindó por ese día tan especial que estaba viviendo y que nunca olvidaría. Al acercarse la copa y oler el vino, un recuerdo le acudió a la mente. Un recuerdo de su niñez, de cuando hace ya algunos años, sus abuelos le llevaron a conocer uno de sus rincones favoritos, donde tantas historias habían recorrido juntos. De ese día con olor a sol y a vino, cuando ella correteaba por las viñas fijándose en una en concreto que le llamó la atención por ser la más colorida.
Y de como ese vino, pasaría a ser el brindis de su gran día, su boda.